Mi Padre
por Zenaida Bacardí de Argamasilla
Para mis hermanos, es el que pone orden en todo. Para mi madre, es el sol de la casa. Para mí, es la persona en quien se puede confiar.
Mi papá es el barco que cambia de velocidad según las circunstancias, pero no suelta el timón ni apaga el motor. Es ese hombre que siempre sabe a dónde va. Es ese hombre que sabe amarnos sin consentimientos, sin empalagos. Es el temor de todo lo que merece reprobación, el impulsor de todo lo que merece estímulo y la recompensa de todo lo que merece un premio.
Mi padre tiene el corazón valiente, el alma dulce y la voluntad de acero. Es el previsor de todo lo que todavía no alcanzamos a ver, el rescatador de nuestros apuros y el proveedor de nuestras necesidades.
Es el artífice de las decisiones, el firmante de los boletines y las notas, el jardinero de las flores, el carpintero de todo lo que se descompone. Es fuerte, rotundo, decidido... pero yo lo he visto inclinarse ante mi madre, cerrar la casa por la noche, dejar el dinero sobre la mesa, besarnos después de acostados, y dar gracias a Dios por el amanecer de cada uno.
Yo lo he visto año tras año, luchar por el mismo hogar, vivir para los mismos hijos, practicar la misma fe y amar a la misma esposa. Yo lo he visto llorar escondido cuando hay enfermos, festejar cumpleaños y sonreír cuando estamos felices.
Yo lo he visto llegar cansado y repasarnos la lección, dejar a los amigos para vernos jugar a la pelota, llegar la Navidad y no comprar nada para él. Mi padre es el que firma las cuentas, el que amonesta, da el frente y aprueba o desaprueba lo que pensamos hacer. Es de los que vigila sin presionar, aconseja conversando y critica en broma. Parece un niño cuando juega, un sabio cuando discurre, un soñador cuando proyecta, un maestro cuando ilustra, un filósofo cuando interpreta la vida ¡ y un hombre de Dios, cuando lo hace pasar primero! Mi padre, cuando tiene un secreto, lo guarda; cuando hace una promesa, la cumple; cuando tiene un amigo, lo conserva; cuando lo agobia una pena, se calla; cuando falla, rectifica, y cuando se ofusca sabe pedir perdón.
A los hijos se los sube al hombro, sin que le pesen... como si llevara un tesoro. A la esposa la lleva a su lado como si fuera un don de Dios y la trata como si fuera una rosa.
Sus responsabilidades las cumple con naturalidad y sencillez, como si fuera el campeón del camino y el soplo del amor. Tiene la particularidad de no agrandarle la cruz a los pesares, de no hacerle crecer espinas a los deberes y de no oscurecer el horizonte por las pequeñas batallas de todos los días. Nunca reclama lo que puso, ni saca a relucir su sacrificio, ni pasa recibo, ni saca cuenta. ¡Con él todo está saldado!
Estoy seguro de que la mejor madera sale de su tronco, que la mejor pasturita sale de su raíz, que el mejor abono sale de su tierra y el mejor fruto sale de sus manos. No nos trata como a seres perfectos ni como a criaturas imposibles. Nos trata como a seres humanos, con muchas aristas que pulir y muchos defectos que eliminar.
Nos inculca que lo peor de las caídas es no saber levantarse, lo peor del dolor es no saber sufrirlo y lo peor de la vida es no saber aprovecharla. Mi padre nunca le pone escalera libre a los hijos, hasta que no le acaba de pulir bien los escalones. No toma a la ligera la misión de formarnos. No admite en esa tarea ningún abandono, ningún descuido, ninguna laguna, ninguna tregua. Siempre da el ejemplo. Este hombre tan entregado no publica la bondad: es bueno. No hace alarde de sus obras: las ejecuta.
No pregona la justicia: es justo. No dice lo que es el amor: nos ama.
Este hombre no va recitando la biblia por la calle: va dando testimonio con su proceder.
No es padre porque nos da el nombre, sino porque se da a sí mismo. No es padre porque paga, sino porque cuida. No es padre porque manda, sino porque conduce. No es padre porque nos engendró, sino porque su corazón nos hace crecer. No es padre porque estamos bajo su tutela, sino porque nos diferencia el tener del ser, y nos hace “la figura”. No es padre por ser la autoridad en la tierra, sino porque nos hace vivir, a cada uno, el poquito de Dios que llevamos dentro.
Mi padre recibe las penas como si su espalda fuera de roble. Y concibe la felicidad como si siempre pudiéramos alcanzarla. Dice que Dios se la da a todo el mundo, pero en materia prima, y nosotros tenemos que elaborarla; la da en espacios, y nosotros tenemos que darles valor; la da en ilusiones y nosotros tenemos que volar con ellas.
Se siente creador, transmisor, trabajador y padre. Edifica el alma de los hijos como se construye una catedral: con mucha luz, muchos cristales, aspirando a la cúpula ¡y levantando la cruz!
Mi padre lleva dentro mucha ternura y sabe cuándo darla; mucha experiencia, y sabe cómo aplicarla; mucho aplomo, y sabe cómo comunicarlo.
Y para mí, tiene también mucho de adivino, porque sin decirle nada, siempre sabe lo que nos está pasando.
Mi papá es tan alto, que todos cabemos en su sombra. ¡Mi anhelo es crecer hasta alcanzarlo!
Mi papá es mi máximo, mi “super”, mi héroe, mi único, mi fe.
Mi aspiración es imitarlo, y mi sueño más grande, ¡parecerme a él!
por Zenaida Bacardí de Argamasilla
Para mis hermanos, es el que pone orden en todo. Para mi madre, es el sol de la casa. Para mí, es la persona en quien se puede confiar.
Mi papá es el barco que cambia de velocidad según las circunstancias, pero no suelta el timón ni apaga el motor. Es ese hombre que siempre sabe a dónde va. Es ese hombre que sabe amarnos sin consentimientos, sin empalagos. Es el temor de todo lo que merece reprobación, el impulsor de todo lo que merece estímulo y la recompensa de todo lo que merece un premio.
Mi padre tiene el corazón valiente, el alma dulce y la voluntad de acero. Es el previsor de todo lo que todavía no alcanzamos a ver, el rescatador de nuestros apuros y el proveedor de nuestras necesidades.
Es el artífice de las decisiones, el firmante de los boletines y las notas, el jardinero de las flores, el carpintero de todo lo que se descompone. Es fuerte, rotundo, decidido... pero yo lo he visto inclinarse ante mi madre, cerrar la casa por la noche, dejar el dinero sobre la mesa, besarnos después de acostados, y dar gracias a Dios por el amanecer de cada uno.
Yo lo he visto año tras año, luchar por el mismo hogar, vivir para los mismos hijos, practicar la misma fe y amar a la misma esposa. Yo lo he visto llorar escondido cuando hay enfermos, festejar cumpleaños y sonreír cuando estamos felices.
Yo lo he visto llegar cansado y repasarnos la lección, dejar a los amigos para vernos jugar a la pelota, llegar la Navidad y no comprar nada para él. Mi padre es el que firma las cuentas, el que amonesta, da el frente y aprueba o desaprueba lo que pensamos hacer. Es de los que vigila sin presionar, aconseja conversando y critica en broma. Parece un niño cuando juega, un sabio cuando discurre, un soñador cuando proyecta, un maestro cuando ilustra, un filósofo cuando interpreta la vida ¡ y un hombre de Dios, cuando lo hace pasar primero! Mi padre, cuando tiene un secreto, lo guarda; cuando hace una promesa, la cumple; cuando tiene un amigo, lo conserva; cuando lo agobia una pena, se calla; cuando falla, rectifica, y cuando se ofusca sabe pedir perdón.
A los hijos se los sube al hombro, sin que le pesen... como si llevara un tesoro. A la esposa la lleva a su lado como si fuera un don de Dios y la trata como si fuera una rosa.
Sus responsabilidades las cumple con naturalidad y sencillez, como si fuera el campeón del camino y el soplo del amor. Tiene la particularidad de no agrandarle la cruz a los pesares, de no hacerle crecer espinas a los deberes y de no oscurecer el horizonte por las pequeñas batallas de todos los días. Nunca reclama lo que puso, ni saca a relucir su sacrificio, ni pasa recibo, ni saca cuenta. ¡Con él todo está saldado!
Estoy seguro de que la mejor madera sale de su tronco, que la mejor pasturita sale de su raíz, que el mejor abono sale de su tierra y el mejor fruto sale de sus manos. No nos trata como a seres perfectos ni como a criaturas imposibles. Nos trata como a seres humanos, con muchas aristas que pulir y muchos defectos que eliminar.
Nos inculca que lo peor de las caídas es no saber levantarse, lo peor del dolor es no saber sufrirlo y lo peor de la vida es no saber aprovecharla. Mi padre nunca le pone escalera libre a los hijos, hasta que no le acaba de pulir bien los escalones. No toma a la ligera la misión de formarnos. No admite en esa tarea ningún abandono, ningún descuido, ninguna laguna, ninguna tregua. Siempre da el ejemplo. Este hombre tan entregado no publica la bondad: es bueno. No hace alarde de sus obras: las ejecuta.
No pregona la justicia: es justo. No dice lo que es el amor: nos ama.
Este hombre no va recitando la biblia por la calle: va dando testimonio con su proceder.
No es padre porque nos da el nombre, sino porque se da a sí mismo. No es padre porque paga, sino porque cuida. No es padre porque manda, sino porque conduce. No es padre porque nos engendró, sino porque su corazón nos hace crecer. No es padre porque estamos bajo su tutela, sino porque nos diferencia el tener del ser, y nos hace “la figura”. No es padre por ser la autoridad en la tierra, sino porque nos hace vivir, a cada uno, el poquito de Dios que llevamos dentro.
Mi padre recibe las penas como si su espalda fuera de roble. Y concibe la felicidad como si siempre pudiéramos alcanzarla. Dice que Dios se la da a todo el mundo, pero en materia prima, y nosotros tenemos que elaborarla; la da en espacios, y nosotros tenemos que darles valor; la da en ilusiones y nosotros tenemos que volar con ellas.
Se siente creador, transmisor, trabajador y padre. Edifica el alma de los hijos como se construye una catedral: con mucha luz, muchos cristales, aspirando a la cúpula ¡y levantando la cruz!
Mi padre lleva dentro mucha ternura y sabe cuándo darla; mucha experiencia, y sabe cómo aplicarla; mucho aplomo, y sabe cómo comunicarlo.
Y para mí, tiene también mucho de adivino, porque sin decirle nada, siempre sabe lo que nos está pasando.
Mi papá es tan alto, que todos cabemos en su sombra. ¡Mi anhelo es crecer hasta alcanzarlo!
Mi papá es mi máximo, mi “super”, mi héroe, mi único, mi fe.
Mi aspiración es imitarlo, y mi sueño más grande, ¡parecerme a él!